Amores Prohibidos by Martha Molina

Amores Prohibidos by Martha Molina

autor:Martha Molina [Molina, Martha]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 2015-11-23T23:00:00+00:00


Capítulo 26

Raveh bajó por las escaleras de madera negra y hierro forjado, luego de haber llamado a sus camaradas e informales sobre las buenas noticias. El plazo de No-Agresión con los Portadores había expirado, debido a que uno de ellos, decidió secuestrar a una de las “amiguitas” de David Colbert.

El momento no pudo ser más oportuno. Beliar y Needar se habían cansado de esperar a que el Augur pautara el día para reunirse con los Egregios. Era un maldito mentiroso que prolongaba el encuentro, ideando cuánta artimaña se le ocurriera para negarles a ellos el placer de volver a estar con sus antiguos amantes.

Liad y Cali, serían los primeros en poner un pie en Adrik, ansiosos por abrazar a Rauni y Bhishmá. Ambos perecieron en una emboscada, hacía más de mil años.

Thaumiel, el más sabio de entre todos los Grigoris, vería recompensado, sus largos años de soledad. Al igual que él, una mujer, mortal o vampira, no lo ataba. Esperando, paciente que su amada volviese de la muerte.

En cambio, Meretz, Ulrik, y Azael, estarían en una posición incómoda, de la que nadie, desearía estar. Los tres estaban casados, desde hacía muchas décadas, incontables, quizás, celebrando bodas de plata, de oro, de diamante… El matrimonio de Meretz era el que más se ha mantenido vigente. Superando los setecientos años. Y el de David Colbert, el más reciente, pero este, tuvo la suerte de encontrar a su Egregia.

—Mi señor —lo llamó un servidor rollizo y de estatura baja—. Discúlpeme molestarlo, pero la “ofrenda” humana está muriendo. ¿La desangro?

El Grigori estuvo a punto de abanicar la mano para expresarle “adelante”, pero algo lo motivó a negar con la cabeza.

—¿El macho o la hembra? —preguntó teniendo en cuenta la posibilidad de que, si era el anciano, las cosas para los demás Soberanos empeorarían. Se necesitaba que el Portador estuviese vivo para el conjuro, de lo contrario, el plan se estropearía. La magia invocada dejaría de contrarrestar la barrera que protege el Portal Atemporal de los vampiros.

Solo Noah sería capaz de cruzarlo, sin que tuviera que sufrir la desintegración de su cuerpo.

Pero una persona enfrentándose contra la Hermandad de Fuego, era un suicidio. Nadie era tan poderoso de lanzarse a ese otro mundo sin el apoyo de otros.

—La hembra —contestó el servidor con nerviosismo. Pedir la opinión de su amo, para algo sin importancia, podría costarle unos cuántos latigazos—. Parece ahogarse… —Pero tenía que hacerlo, ya que él había demostrado interés por ella. Era un excelente obsequio por parte de los visitantes.

Raveh frunció el ceño.

—¿Dónde la tienen? —gruñó enojado. Fue claro al ordenar que a los humanos los encerraran en las despensas y no en las cisternas para asearlos.

—En las despensas, como nos indicó, mi señor —respondió el servidor, tembloroso.

El Grigori siberiano, puso los ojos en blanco, a punto de perder la paciencia.

—Bien. Vamos a ver qué tiene la chica.

Caminó a paso acelerado, con el servidor pisándole los talones. La Guardia Pretoriana se mantenía rezagada unos metros atrás, resguardando a su rey. Había otras fuerzas militares, convergiendo en el castillo de Adrik, igual de recelosos y mortíferos que ellos.



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